Algoritmo del día: Cuando el corazón migra: Duelos que se sienten en solitario

 

Hace poco, la pantalla de mi teléfono se iluminó con un mensaje que me tocó el alma: una amiga del cole me decía cuánto le habían gustado mis posts, cómo resonaban en ella las emociones y los episodios que, sin filtros, he estado compartiendo de mi vida. Y la verdad, no ha sido la única. Varias personas, desde un pequeño grupo de amigos hasta algunos desconocidos, me han hecho sentir que estas historias conectan.

Esa conexión es la que hoy me impulsa a hablar de algo que todo el que ha migrado conoce de cerca: el duelo a la distancia. Esos duelos que vivimos lejos de casa, por la muerte de un familiar, la separación de una pareja o un amig@, o la pérdida de un trabajo. Son pérdidas que se sienten amplificadas por los kilómetros, por la imposibilidad de estar físicamente allí para despedirte o para cerrar un ciclo. Y lo que lo hace aún más complejo, más pesado, es que a menudo se vive en una soledad particular. Estás lidiando con ese vacío mientras el mundo a tu alrededor sigue su curso, a miles de kilómetros de quienes te conocen a fondo, de tu red de apoyo de siempre. Es un duelo que te toca procesar, en gran parte, contigo mismo. Pero hoy, quiero quedarme en uno de los más íntimos y universales: la separación de una pareja. Sé bien, y creo que muchos también lo saben, cómo duele en el alma.

Llevaba un duelo de más de un año por la separación de Mateo, un tiempo que se me antoja casi tan extendido como la sombra que me siguió desde que dejé Italia. Se instaló en lo más profundo, no como una herida abierta que no sana, sino como la ausencia de un miembro que una vez fue parte integral de mi ser. Suena dramático, lo sé, pero esa es la visceralidad de la sensación. Con el tiempo, como el río que erosiona la piedra, algunas de las aristas más filosas de ese amor han comenzado a pulirse, pero el proceso, en ocasiones, me parece exasperantemente lento.

Sí, esta soy yo. Y aunque a menudo nos empeñemos en mostrar solo lo bonito, a veces el recordatorio más honesto es que somos, maravillosamente, humanos

Cuando Mateo y yo tomamos caminos distintos, yo aún me encontraba en Chile, navegando un mar de emociones ya agitado por otras tormentas, muchas de las cuales ya les he confiado en posts anteriores. Estaba medicada, y quizás, solo quizás, mis emociones en aquella época aún no habían encontrado la superficie para ser expresadas en su totalidad. No estamos preparados para la pérdida o la separación de alguien que amamos con esa intensidad. Y lo más abrumador es que tampoco hay un manual que nos indique cuándo, si es que alguna vez, el dolor dejará de ser una sombra constante. Por un tiempo, me engañé creyendo que la punzada había cesado, que el vacío se había llenado. Pero luego, en una conversación íntima con alguna amiga, una lágrima furtiva, o varias, se deslizaba, recordándome que algo seguía allí, sin entender el porqué. Pero al final, ¿acaso hay que entenderlo todo? Tal vez solo hay que permitirse sentir, dejar que el torbellino te atraviese, como se atraviesa una tormenta inevitable.

Ese amor, ha dejado una huella tan profunda en mí, que por momentos me he cargado con el peso de toda la culpa, asumiendo la responsabilidad completa de nuestra ruptura. Pero siendo honesta, esa que susurro cada día a mi propio reflejo, me dice que no fue así, que la responsabilidad, como las sombras que cada uno lleva consigo, era de ambos. A veces, cuando esas sombras se encuentran, y el amor las ilumina sin compasión, no sabemos cómo lidiar con ellas. No sé hasta qué punto el amor, el amor verdadero, puede sanar esas heridas. Lo que sí sé es que él lidiaba con su propio caos, y yo, bueno, yo apenas comenzaba a enfrentar el mío. En aquel entonces, con la inocencia de quien aún cree en la magia, pensé que el amor lo podía todo, que él podía ser mi ancla en medio de aquella tormenta que me arrastraba. Y no digo que no lo intentara, me acompañó, me cobijó por un par de meses, con una entrega que valoro. Pero lo que yo sentía era un abismo, un torbellino que quizás tú, que me lees, no puedas comprender si no lo has vivido. En ese entonces, yo no estaba en mi mejor momento emocional cuando la relación ya había empezado. Era como si mi interior se hubiera abierto de golpe, dejando salir a flote emociones que nunca antes había sentido con esa intensidad. Era una avalancha de sensaciones desconocidas, que me desbordaban. Y en medio de todo eso, reaccionaba de una manera que sé no era la apropiada, no era la persona serena o sensata que creía ser. La pregunta que me persigue desde entonces es: ¿era realmente yo en ese momento, o era una versión distorsionada por la tormenta interna que me consumía?

Ahora, más de un año y medio después de aquello, el proceso ha cambiado su forma. Ya no es el dolor punzante, constante, que me asfixiaba al principio. Es más bien una presencia tenue, como un eco lejano que no molesta, pero que de vez en cuando se hace sentir. Las lágrimas son menos frecuentes y ya no vienen de la desesperación, sino quizás de una melancolía pasajera o de la simple comprensión de que algo importante fue y ya no es. Ya no siento esa urgencia por entender el "por qué" o por buscar soluciones; he aprendido a coexistir con la ausencia, a reconocerla como parte de mi historia, sin dejar que me defina por completo. Es un camino, y aunque no hay una meta final clara, he notado los pasos que he dado.

En fin, solo él sabe si me amó, y si así fue, le agradezco esa parte de su camino que compartió conmigo. Lo que sí puedo asegurarles, y repetirles, es que yo lo amé. Y es posible, muy posible, que aún me queden rastros de ese amor, como una melodía lejana que a veces suena en mi memoria.

Quiero creer, con la misma esperanza ilusa que a veces me acompaña, que esta sutil melancolía que aún se asoma, algún día se aburrirá y pasará de largo. Que llegará el día en que al recordarlo, solo logre una sonrisa, de esas que no duelen, pero que te hacen pensar: "Bueno, al menos de esta salí, y algo aprendí... o eso espero".


El duelo no tiene un reloj ni un manual. ¿Qué momentos inesperados les han recordado una pérdida que creían superada?

Comentarios

  1. Amar tanto muchas veces termina doliendo mucho. Pero siempre vale la pena conocer nuestra versión de nosotros mismos llena de tanto amor.

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