El Algoritmo del Día a Día: Entre Froot Loops y Propósitos Existenciales
Ciao belli,
Hoy tengo una historia que no sólo te mantendrá pegado a la pantalla, sino que hará que te aferres aún más fuerte a tu asiento. Confía en mí, no querrás desabrocharte el cinturón en este tramo del viaje.
La videollamada
con Paola era mi ancla en la tormenta diaria, mi refugio de la "melodía
del esfuerzo" que sonaba en mi oficina de la planta. Eran las nueve de la noche en
Santiago, y para ella, en su rincón de Estados Unidos, apenas empezaba la
tarde. La pantalla de mi celular se encendió, revelando su cara sonriente,
con un moño desordenado (tipo teletubbies) y una taza gigante de café.
-¡Hola, none-!,
soltó con su energía habitual.
-¡Hola Palolaaa!- ¿Qué tal tu día en el paraíso gringo?, le respondí, con mi voz vibrando de la familiaridad de años.
La conversación,
como siempre, tomó un desvío inesperado. De repente, estábamos enfrascadas en
una de esas discusiones trascendentales de la infancia. -¿Cuál era tu
cereal favorito de pequeña? ¿En serio?-, me preguntó, los ojos
entrecerrados en señal de juicio.
-¡Uy, eso
es fácil! Los Choco Krispis, sin duda. Esos se quedaban con el sabor a
chocolate en la leche, ¡una maravilla!-, declaré con solemnidad.
Ella soltó una
carcajada. -¡Pffft, predecible! Los míos eran los Froot Loops. Amaba esos
colores, y cómo el tucán se veía tan feliz. ¡Sabían a pura infancia!-.
Paola se quedó
en silencio un segundo, luego su cara se iluminó con una sonrisa culpable. -¡Rayos, me atrapaste! ¡Es que no puedo superarlos! Siguen siendo mi
placer culpable-. Nos reímos a carcajadas, una de esas risas que te duelen
los músculos de la cara y te calientan el alma, a pesar de los miles de
kilómetros. Era la prueba irrefutable de que, por mucho que cambien las cosas,
hay ciertas esencias que permanecen inalterables.
La frivolidad
duró poco. Como siempre, nuestras conversaciones tenían la particularidad de
saltar del cereal azucarado a la filosofía existencial en cuestión de segundos.
-Oye, Jóe,- dijo Paola, su tono volviéndose un poco más serio, -estaba pensando... ¿en serio crees que todos los seres humanos debemos tener un propósito en la vida? ¿Uno grande y trascendental, digo?-.
Mi respuesta fue inmediata. -Mamma mia, ¡Sí, Paola! Claro que sí. No sé, siento que necesitamos esa dirección, algo que nos guíe, aunque sea pequeño. Esa búsqueda, ¿sabes?-.
Ella negó con la cabeza, riendo. -¡Fucking no, Jóe! ¡Absolutamente no! ¿Por qué esa presión? ¿Y si nuestro propósito es simplemente vivir, reír, cometer errores, comer Froot Loops y ya? ¿Por qué esa necesidad de que todo tenga un gran 'por qué'?-.
La Gran Disputa
Existencial: Brújulas vs. Viento en Popa
Nuestra
discusión se encendió, pero con esa chispa que solo la amistad verdadera puede
tener. Yo defendiendo la brújula interna, el motor invisible que nos impulsa a
buscar algo más allá de la mera existencia. Para mí, el propósito no es una
meta rígida e inmutable, sino una estrella polar, una guía flexible que nos
ayuda a navegar las aguas de la vida, dándonos sentido incluso en los momentos
más caóticos. Es la razón por la que nos levantamos cada mañana, por la que
superamos obstáculos, por la que emigramos o nos reinventamos. Sin esa chispa,
¿qué nos quedaría?
Paola, en cambio, argumentaba con fervor la libertad de la espontaneidad, el valor de cada momento sin la carga de una meta superior. Para ella, esa búsqueda de un "gran propósito" era una prisión autoimpuesta, una fuente innecesaria de ansiedad. -¿Y si la vida es solo una colección de instantes, de sensaciones, de risas tontas y aprendizajes inesperados?-, me retaba. -Mi propósito, si es que tengo uno, es simplemente disfrutar del camino, de la limonada si me dan limones, de la lluvia si me pilla sin paraguas. Es la alegría de no tener un guión preescrito, de dejarme llevar por el viento-.
Hablamos de cómo
mi búsqueda de "propósito" me llevó a emigrar, a dejarlo todo por la
promesa de un "nuevo puesto" y una independencia tan anhelada. Y de
cómo su aparente falta de uno la mantiene anclada en la diversión del día a
día, encontrando la plenitud en lo sencillo, en el paquete de Froot Loops que
aún adora. La pantalla nos mostraba, a cada una, en su realidad distinta,
debatiendo sobre el gran misterio de la vida. Ella, con su caja de cereal
vibrante, y yo, con mis pensamientos llenos de coordenadas y destinos
inciertos.
Y aunque no
llegamos a un acuerdo, ni lo haremos nunca en ese tema —nuestras posturas son
tan opuestas como nuestros países—, la conversación se cerró con esa sensación
cálida de haber compartido un pedazo auténtico de nuestra vida en modo
aleatorio. Porque al final, ya sea buscando un gran propósito o saboreando cada
instante como si fuera el último Froot Loop, nuestra amistad era, y es, el
propósito más dulce y constante que podíamos tener.
¿Tú que piensas? ¿Qué cereal de tu infancia recuerdas? Déjame saber en los comentarios
¡Las Zucaritas eran mi obsesión! El crujido y la leche dulce eran lo máximo. Todavía hoy me dan nostalgia. En la disputa existencial, me inclino por tu lado. Creo que tener una brújula interna, un "norte" que nos guíe, es esencial para darnos impulso y significado. No tiene que ser algo monumental, pero sí algo que nos motive. Sin embargo, entiendo el punto de Paola: la presión de un "gran propósito" puede ser agotadora. El equilibrio está en que el propósito no sea una carga, sino una vela que nos impulse mientras disfrutamos del camino.
ResponderEliminar¡Qué bueno leer que aún les guste los cereales a los adultos! Una buena leche azucarada. Gracias por compartir tu POV.
ResponderEliminarCon azúcar!!!!!!! Si, dulce sabrosito! Así como la vida, que es una mezcla de ambos puntos de vista (así pienso), porque es encontrar nuestro propósito viviendo intensamente el día a día! Con simpleza y fluidez.
ResponderEliminarSabrosooooo !!!!
Eliminar