El Arte de Desacelerar: Mi Sanación en "Modo Ralentí" Venezolano
¡Hey!
¿Curioso/a por saber en qué ando? Hoy te aterrizo en
mi presente, en lo que estoy ViViEnDo ahora...
Quiero compartirles un capítulo muy personal de mi
propia "aleatoriedad", uno que no planifiqué, pero que se ha
convertido en el más sanador de todos. Después de años de ir y venir por el
mundo, la vida me trajo de vuelta a mi natal Venezuela. No fue un regreso
cualquiera; fue un llamado silencioso a una época de sanación, a reencontrarme
con los míos y, sin saberlo, a descubrir el poder de ralentizarlo todo.
Si soy honesta, al principio la idea de un "modo
ralentí" sonaba un poco a pausa forzada. Acostumbrada al vértigo de otras
ciudades, al pulso de la oficina o la planta, de repente me encontré sin un
empleo, con los días abiertos como un lienzo en blanco. Y fue precisamente en
esa aparente "nada" donde la magia comenzó.
Mi rutina diaria se convirtió en una danza sencilla,
pero profundamente significativa. El despertador ya no es una alarma
estridente, sino la primera luz que se cuela por la ventana. Ahora, esos ejercicios
mañaneros que antes hacía con prisa, se han transformado en un ritual sagrado.
Me tomo el tiempo, me estiro, respiro hondo y, en cada movimiento, siento cómo
me conecto de nuevo con mi cuerpo, con mi respiración y con el día que apenas
comienza. Luego, hay tiempo para un desayuno que no es "un yogut al vuelo",
sino una pequeña celebración con cada bocado.
Y luego está la cocina... ¡Ah, la cocina! Ese
laboratorio donde mi mente de química se encuentra con mis torpezas culinarias.
En estos meses, el acto de cocinar se ha transformado en una aventura diaria,
llena de pausas graciosas. Imagínense a Jóeneth, la que manejaba máquinas
industriales, ahora intentando descifrar el misterio de un guiso o la
proporción perfecta para unas arepas. Mis "experimentos culinarios"
con mis padres y mi hermano a veces terminan en risas nerviosas, algún
utensilio volando (metafóricamente, claro), o algo partiéndose, y un "Oops, eso no era lo que
esperaba" que ya se ha vuelto un mantra familiar. Pero más allá del
resultado (que, insisto, mejora con cada intento), lo valioso es sentarnos
juntos a la mesa. Sin apuros, disfrutando cada sabor, cada anécdota y cada
conversación que fluye con la comida. Es mi pequeño caos organizado, mi forma
de honrar el ritual de la comida que antes era solo "combustible".
Y si la comida del mediodía es un desafío, ¡imaginen
la cena! Cada tarde es una nueva misión: ¿Qué cocinar hoy que sea variado?
¿Cómo transformo tres ingredientes básicos en algo delicioso y sorprendente?
Esa "presión" creativa por el menú de la cena se ha convertido en una
parte divertida de mi día, una especie de rompecabezas culinario que me
mantiene alerta y riendo de mí misma.
Entre limpieza, postulaciones a posibles empleos que
me desafían a seguir creciendo, o algún curso online que me mantiene la mente
activa, siempre hay un espacio sagrado para el blog, para la escritura, para
dar forma a estas reflexiones que ahora mismo estás leyendo. Y claro, el
silencio de la meditación, esa pausa vital para respirar y simplemente Ser.
La tarde se diluye entre carreras (esas que antes me
parecían una obligación y ahora un lujo), o simplemente el placer de disfrutar
a los míos. Mirar a mis padres con otros ojos ha sido una de las mayores
bendiciones de este "Modo Ralentí". Pese a nuestras diferencias, a
los cuestionamientos que a veces surgían del vivir tan cerca, y a las
perspectivas generacionales que pueden chocar, he sabido encontrar un punto de
entendimiento. Su sabiduría, sus inquietudes, sus formas de ver la vida, ahora
las valoro con una calma y una profundidad que antes el ajetreo no me permitía.
Su simple presencia se ha vuelto un bálsamo, un refugio invaluable. He podido
aplicar tantas lecciones que pensé olvidadas, y la gratitud se ha vuelto mi
compañera constante: agradezco por lo que un día alguien me enseñó, por el
amor, por tener un techo y comida, lo prioritario, lo esencial.
Este regreso inesperado ha sido un recordatorio de que
la vida, con todas sus complejidades, también nos ofrece el regalo de la pausa.
De que la sanación no siempre es un camino lineal, sino un proceso que se cuece
a fuego lento, en el día a día, en los pequeños actos de amor y en la reflexión
honesta. Mi "Modo Ralentí" en Venezuela no es una pausa, es una
inmersión profunda en lo verdaderamente importante, y una forma muy sabrosa de
redescubrirme.
Y tú, ¿Has tenido algún período en tu vida donde
ralentizarlo todo te ha traído las mayores lecciones? ¿O alguna
"catástrofe" culinaria que terminó en risas? ¡Me encantaría leerte en
los comentarios!

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