Entre Briochiola y el Espresso: Mis Primeros Pasos (y Risas) en Milán
¡Ciao!
Me sigues, en esta Historia por Milano...
Ay, Milano...
¡Cómo olvidarlo! Todo comenzó con la generosidad desmedida de mi amigo David.
Me recibió como un príncipe (o bueno, como una mochilera despistada) durante
dos días en su casa en Monza mientras yo, con la elegancia de un pato mareado,
intentaba encontrar un alloggio (alojamiento). Después de peinar varias
páginas web que parecían escritas en arameo antiguo, dimos con un anexo en
Gerenzano, en la provincia de Varese, ¡a las afueras de Milán, casi en la
Lombardía profunda!
La onda de la
casa era, digámoslo suavemente, peculiar. Quedaba como en el sottoscala
(literalmente, bajo la escalera, pero en este contexto, sótano) de una
construcción pequeña. Por dentro era bonito, ¡eh!, como esas casas de campo de
Italia que siempre vi en películas... ¿saben cuáles? ¡Esas como de la Segunda
Guerra Mundial! Tal vez esté exagerando un poquitín ("Forse sto
esagerando un pochino, ma così mi sembrava"), pero en serio, esa era
la vibra. Igual, era súper accogliente (acogedora). El dueño, Samuel
Pace, un tipo de unos 40 años con una sonrisa amable, vivía en el edificio de
al lado. Era como esas construcciones italianas familiares, ¿vieron? "Come
quei palazzetti super piccoli, dove al primo piano vive la nonna, al secondo
gli zii, e lui con la sua famiglia al terzo" (Como esos edificios
súper pequeños, donde en el primer piso vive la abuela, en el segundo los tíos,
y él con su familia en el tercero). Samuel hablaba inglés, así que nos
entendimos así, aunque al principio, mi salvador David hizo toda la gestión en
un perfetto italiano (perfecto italiano). ¡Un santo ese hombre!
Llegó el día de la "gran" mudanza: mi maleta tamaño familiar y mi bolso que parecía contener un universo paralelo. David, con su habitual buen humor, me dejó en mi nuevo hogar temporal. Y ahí estaba yo, lista para conquistar Italia... o al menos, para desempaquetar. Lo más pintoresco de todo era la mamá de Pace, una señora encantadora, y su perrita: Briochiola. ¡Ay, Briochiola! Una ancianita peluda, adorable pero con unos pulmones de soprano entrenada para ladrar a cualquier hora. Su nombre, según me explicaron, significaba algo así como "Migajita" o "Desmenuzable". ¡Pero de tranquila tenía poco! Todas las mañanas, al salir yo corriendo a mi curso de italiano, Briochiola salía a darme los buenos días (con una serenata de ladridos), y por las noches, ¡era mi comité de bienvenida personal!
Mis días se convirtieron en una rutina divertida. Me levantaba con el sol (o antes, gracias a Briochiola), y comenzaba mi peregrinación. Salía de casa con el saludo efusivo de la perrita ("Ciao Briochiola, ci vediamo dopo!" - ¡Hola Briochiola, nos vemos después!), y caminaba unos diez minutos hasta la estación de trenes. (¿Cómo se llamaba esa estación de Gerenzano? ¡Mi memoria es un colador!). Ah.. si Gerenzano-Turate. Ahí compraba mi biglietto (billete) y esperaba pacientemente la llegada del tren.
Una vez a bordo, me
convertía en la turista empedernida, pegada a la ventana como una niña con un
caramelo. ¡El paisaje era precioso! Ni un solo día dejé de maravillarme con el
cielo, el verdor, las casitas de colores... Y bueno, al llegar a la estación de
Milano Cardona, bajaba y, como un reloj suizo, me dirigía religiosamente a mi
café predilecto. "Buongiorno,
vorrei un cornetto alla miele e un espresso, per favore" (Buenos días, quisiera un croissant de
miel y un espresso, por favor). Había practicado decir eso por semanas,
con el tiempo me salia mejor. Me sentaba en un banco a observar el desfile de
milaneses con su estilo impecable y disfrutaba de mi desayuno. A veces, la
contemplación me absorbía tanto que llegaba tarde a clase y tenía que correr
por la estación abarrotada, pidiendo permiso con un "Scusi,
scusi!" (¡Perdón, perdón!). ¡Esa estación era un hormiguero!
En mi primer día
de clases en la Scuola Dante Alighieri, tuve la suerte de conocer a Dena y
Sun, una libanesa y una coreana ¡realmente maravillosas! Y qué decir de mi
profesora Fabiana... ¡Una estrella! El primer día tocaba presentarse, y yo, con
mi italiano de "tarareo aprendido en Spotify", me levanté con una
sonrisa nerviosa y dije: "Ciao a tutti! Sono Jóeneth, sono Venezuelana, e sto
qui per imparare l'italiano e... per mangiare tutta la pizza che posso!" (¡Hola a todos! Soy
Joeneth, soy venezolana, y estoy aquí para aprender italiano y... ¡para comer
toda la pizza que pueda!). Las risas no se hicieron esperar, y yo, aliviada,
también sonreí. ¡Había que ponerle humor al asunto y lanzarse sin paracaídas! Jajajajaja
Me recordó mi estadía en Bologna 😍
ResponderEliminarAww!!! historia que debes compartirme. ;)
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