La Cumbre Inesperada de un Amor... Que No Tengo

Hey,

Sin querer queriendo, hoy me dio por teclear sobre ese "amor" que, créanme, revolucionó mi cabeza como licuadora en velocidad máxima y, de paso, le dio un revolcón a mi alma. Pensé que lo nuestro se quedaría en el "aquí te pillo, aquí te mato" de la pura física, pero no, la cosa trascendió los años y, para serles franca, es más difícil de explicar que la teoría de cuerdas. Porque no nos tenemos, al menos no físicamente. Eso sí, mentalmente estamos más conectados que wifi sin contraseña (o eso quiero creer, mi cerebro a veces es muy optimista). Así que, bienvenidos a este capítulo donde "todos tenemos a alguien que no tenemos".

El Inicio Inesperado

La vida, es como una caja de bombones rellenos de sorpresas. En mi caso, la sorpresa llegó en forma de un chileno con perro, justo cuando yo estaba en modo "Independencia On!". La verdad es que solíamos visitar o caminar por los mismos lugares. Él, con su perro “Cahmán”, de mirada noble y paso tranquilo, y yo, simplemente con mis trotes matutinos, mis auriculares y mi mente enfocada en el ritmo de mis pasos. Nos topábamos en alguna esquina, en la panadería, o en algún café con olor a grano recién molido. Era un encuentro fugaz, un cruce de miradas que siempre dejaba una chispa. Siempre fui consciente de mi gusto por él, de la forma en que su sonrisa iluminaba su rostro y la complicidad que sentía en esos breves encuentros. Pero mi cerebro en ese entonces tenía un letrero de "CERRADO POR REFORMAS, SOLO TRABAJO Y SUPERACIÓN PERSONAL". El amor, honestamente, era una distracción que no me podía permitir. Estaba tan enfocada en mi carrera que, si Cupido hubiera intentado dispararme, probablemente habría rebotado en mi armadura anti-romance.

El Hombre sin Vergüenza y la Escalada de Mis Miedos

Un día, trotando por las calles de Vaticano (mi barrio, no la Ciudad del Vaticano, aunque a veces creía que vivía en un lugar igual de sacrosanto), apareció él. Y sin pizca de vergüenza (¡bendita sea su audacia!), soltó: "Es increíble que ambos compartamos los mismos espacios para nuestras rutinas diarias, ¿podrías darme tu número?". Yo, que soy  tímida, casi me atraganto con mi propia saliva. Menos mal lo hizo, porque yo jamás habría sido capaz. ¡Fue y ha sido una maravillosa coincidencia, de esas que te hacen creer en el destino (o al menos en la buena puntería de los hombres sin vergüenza)!

Los días pasaron, y no es que me quedara pegada al teléfono esperando. Yo seguía en mi rutina de "vivir al máximo" entre la planta y mis constantes peregrinaciones a la cima del Manquehuito, donde uno se siente el rey del mundo (o al menos del cerro).

De repente, un día, ¡zas! Un mensaje. Me invitaba a un trekking al Cerro Provincia. Mi primer pensamiento no fue "¡Dios mío, me va a raptar!". No. Mi cerebro, en su lógica retorcida, fue: "¿Podré yo con ese cerro? ¿Estaré a la altura de la cima? ¿Y si me desmayo y me tiene que cargar?". Mis prioridades, claramente, estaban en otro nivel.

Convenimos el día. Y ahí estaba yo, esperándolo, nerviosa Porque, no lo niego, este ser humano me movía el piso de maneras indescriptibles. Literalmente, me sentía como un terremoto grado 8. En el camino, hablamos de todo: de la vida, de lo que hacía, de lo que sabía de mi país, y él, con esa voz de narrador de documentales, me contaba historias heroicas de sus andanzas por la naturaleza. Fue como un podcast en vivo, sin anuncios y sin aburrimiento.

Faltando escasos kilómetros para la cumbre, mi cuerpo dijo "¡Basta! ¡Modo tortuga activado!". El clima era perfecto, casi saliendo del invierno, pero yo no estaba preparada para ese nivel de auto-tortura. Se lo confesé, y él, con una empatía que derrite glaciares (ironía, ya verán por qué), me dijo: -Llegamos hasta acá, comamos algo-. Y sí, en esa "antecumbre" (¡jajajajajaja!), el paisaje era tan grandioso que se me olvidó que mis piernas querían demandarme.

Ya de bajada, entre charlas y más charlas, un silencio irrumpió. No fue incómodo; fue de esos silencios perfectos donde puedes escuchar a la naturaleza susurrar: "¡Cállate y escucha, humana!".

Al llegar a las faldas del cerro, él amablemente se ofreció a llevarme a casa. Y yo, yo estaba extasiada, como si hubiera descubierto la fórmula secreta de la felicidad... o al menos la del "no quiero que este día termine".

Al día siguiente, recibí un mensaje que decía textualmente: -Debo confesar que un poco machado quedé-. ¡Jajajaja! Era él, confirmando que ya no estábamos para trotes juveniles y que el recorrido anterior había sido un castigo divino.

Nuestras conversaciones seguían siendo puntuales, cada quien en su universo. 

El Glaciar Nieves Negras: Una Cumbre y un Beso Inolvidable

Pasaron un par de semanas, y ¡bingo! Otro texto. Otra invitación a un trekking, esta vez al Glaciar Nieves Negras. Ya me veía yo arrastrándome por la nieve.

Esta vez, me esperó tempranito y pasó por mí en el auto. Ya era regla: hablar de la vida, de todo y de nada, menos de lo personal. Es como nuestra cláusula de "no-relación", lo que hace que, aunque estemos juntos, estemos imposiblemente juntos. Es un "difícilmente posible" en toda regla.

Empezamos nuestra caminata entre esas montañas imponentes y senderos rectos. Aún no divisaba subidas, pero sí mucho verdor. Trataba de detallar cada piedra, cada hoja, mientras él me guiaba. Y en un momento de silencio, recordé vívidamente un riachuelo. ¡Demonios! Tuvimos que atravesarlo sin zapatos. ¡Qué fría estaba el agua! Creo que se me congelaron hasta los pensamientos.

Continuando el camino, mis ojos se abrieron como platos: ¡una montaña bañada de nieve! Me sentí en otro país, ¡wao! Lo que vieron mis ojos lo recuerdo y recordaré toda mi vida: un glaciar (que, bendita fortuna la mía!). Proseguimos con el recorrido, el paisaje cambió de repente, todo se inundó de nieve, y nos tocó subir un camino inclinado hacia la cumbre.

Al llegar, nos sentamos a contemplar esta maravilla de la Vida y a sonreír como dos niños. De repente, y como si la gravedad se hubiera invertido, estando juntos sentados, él se llevó mis labios. Sí, sí, los robó. ¡Me besó! Y me encantó. Y me detengo aquí solo para citar una frase de una canción de Ricardo Arjona: "para qué describir lo que hicimos en la alfombra". A lo que yo puedo re-escribir: "¿Para qué describir lo que hicimos en la cumbre?

En sus propias palabras, meses después, con esa sonrisa pícara, él recuerda: -La del cerro, estoy seguro que algún montañista, contará en su vejez que vió a un par de calientes dándole a los pies de un glaciar. Todo visto desde la cumbre de algún cerro-.

No tengo que decir más... ese momento ha quedado por siempre tatuado en mí, como el recordatorio de que algunas cumbres no solo te dan vistas, sino también besos inolvidables.

En los meses venideros, nos seguíamos topando en nuestras caminatas. Y como simples desconocidos, pero con una profunda complicidad en la mirada, sonreíamos. Una sonrisa de "sabemos lo que pasó en esa cumbre, pero shhh".

Reflexión final

Presencia y ausencia: eso caracteriza nuestra relación. Sin ataduras, sin dramas dignos de telenovela. Solo nos veíamos cuando podíamos o queríamos, en una especie de acuerdo tácito de "amigos con derechos a las montañas". Sin sufrimiento, en completa libertad y respetando nuestros espacios (lo cual era vital para mi cerebro centrado en el trabajo). Para mí, como dije al principio, quería creer que era solo físico, una especie de gimnasio con beneficios románticos. Pero su presencia, ay, su presencia caló en todas partes de mi ser, Y así, entre cumbres, trotes y besos helados, se forjó una historia de amor que desafía la lógica y que, quizás, nunca necesite un final feliz... sólo más capítulos inesperados.


¿Qué crees tú?... Seguimos con más capítulos inesperados?



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