Plan A: Italia. Plan B: Sobrevivir
Hey.... Nos encontramos nuevamente sólo para darte una mirada general de lo que fue 2020 para mi, luego nos adentraremos en varias historias...
Enero de 2020
arrancó como esos años que prometen sacudirlo todo. Después de haber vivido una
temporada en Chile, yo había tomado una de esas decisiones que te cambian el
acento y la dirección del GPS: migrar a Italia. Tenía las maletas mentalmente
hechas, la ruta trazada y ese cosquilleo de quien se lanza al vacío con
ilusión… hasta que el mundo dijo: “¡Un momento!”.
Y entonces, Pandemia.
Los aeropuertos
cerraron, los planes se suspendieron como si alguien hubiera apretado el botón
de pausa en la película de mi vida. El boleto a Roma quedó en stand-by, y yo,
en modo Planificadora esencial a tiempo completo.
Cada mañana me
ponía el uniforme y esa mascarilla que me recordaba a Darth Vader en sus días
de oficina. El reto no era solo planificar tareas; era evitar que el personal
se acercara más de lo reglamentario. “¡Luis, te faltan 45 centímetros de
distancia social!” decía yo, regla en mano como si fuera cinta métrica con
patas.
Como éramos
empresa de primera necesidad, teníamos permisos especiales para circular. Eso
me hacía sentir medio agente secreto. Mostraba aquel salvoconducto con orgullo,
como si dijera: “Sí, señor oficial, yo transporto oxígeno… y galletas María”.
Mi Santuario Secreto: El Manquehuito como Escape y Conexión
Pero mi secreto
mejor guardado no estaba en la planta. Era
mi escapadita al Manquehuito. Después de una jornada de gritos ahogados por las
mascarillas y alcohol en gel hasta en el café, me subía al cerro, buscando un
poquito de paz y aire fresco. A veces creía que desde allá arriba podía oír a
mi familia en Venezuela, como un eco lejano cruzando el viento.
Una vez, subiendo, me crucé con un ciclista. Ambos nos detuvimos, nos miramos, una especie de conexión cómplice entre los pocos "permisionarios" que desafiábamos el encierro. "¿Trabajando?", preguntó. "Sí, y aprovechando", respondí, señalando la ciudad con la cabeza. Nos sonreímos (o al menos lo intentamos, con la mascarilla puesta) y seguimos nuestros caminos. Era como pertenecer a un club secreto de "los que pueden salir".
Y aunque por fuera era la Planificadora con cara de “no te me acerques” (cosa que casi nunca pasaba, quería tener a los chicos conmigo, para que no se perdiera esa cercanía), por dentro seguía siendo la chica que se iba al cerro para no volverse loca.
La Presencia a Distancia: Familia y Conexión Inquebrantable
Cada día, sin falta, mi familia, aparecía en pantalla con sus pijamas, sus cafés, sus historias de cómo habían aprendido a hacer arepa de yuca o a callar al perro durante las reuniones de Zoom. Hablábamos de todo y de nada. Pero sobre todo, nos recordábamos que seguíamos estando. Lejos, sí… pero presentes.
Reflexión Final: Cuando Quedarse Quieto es el Mayor Viaje
La vida que
había empezado a empacar en enero quedó en pausa, pero aprendí que a veces
quedarse también es un viaje. Uno hacia adentro. Uno que te recuerda por qué
haces lo que haces, y para quién lo haces. El 2020, con todo su caos y sus planes frustrados, me enseñó la resiliencia en lo cotidiano y la importancia de los pequeños escapes personales. Me mostró que la verdadera conexión trasciende distancias y pantallas, y que la búsqueda de la paz interior es tan crucial como cualquier gran aventura transcontinental. Fue un año de pausa obligada, sí, pero también de profundas revelaciones.
“A mí me cambió el destino... ¿y a ti? ¿Qué historia te dejó la pandemia?”
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