Roma en Dos Suspiros: Un Amor Fugaz e Inolvidable

 

Ciao Belli,

Después de la bienvenida vibrante que Roma me dio, hoy los invito a descubrir los primeros dos días de mi aventura italiana.

El control de pasaportes en Roma Fiumicino fue un trámite rápido, un sello que se sintió más como una llave abriendo una nueva puerta que como una mera formalidad. Al salir, el aire de febrero, aún con un eco gélido del invierno que comenzaba a despedirse, pero ya con una promesa sutil de primavera, me abrazó con una calidez inesperada. Tenía el cansancio del viaje aferrado a cada músculo, las horas de vuelo grabadas en la espalda, pero una electricidad sutil ya comenzaba a recorrer mis venas.

Primer Encuentro con Roma: Un Mandato Innegociable

Encontré el autobús que me llevaría al centro y, mientras el paisaje urbano comenzaba a desplegarse ante mis ojos, saqué el móvil para avisar a mi familia (mis padres, mi tía) y a mi buen amigo David que había llegado bien. Fue entonces cuando vi sus mensajes, una cascada de entusiasmo y un consejo unánime: “¡Ni se te ocurra dormir ahora, Jóeneth! ¡Roma te está esperando! Sal a caminar, piérdete en sus calles, ¡ya tendrás tiempo de descansar!”.

Al principio, la idea me pareció una locura. Todo lo que anhelaba era una ducha caliente y una cama cómoda. Pero la insistencia de mis amig@s, sumada a esa creciente curiosidad que ya me picaba por dentro, terminó por convencerme. Además, sabía que solo tenía dos días para exprimir cada instante de la Ciudad Eterna antes de mi siguiente parada: Milán, donde pasaría mis próximos tres meses. Cada minuto en Roma era oro puro.

El Coliseo y la Fontana di Trevi: Asombro a Cada Paso

Dejé mis maletas en el modesto B&B que había reservado y salí a la calle sin un mapa fijo, dejándome llevar por el murmullo constante de la ciudad. No tardé en encontrarme enmarañada en un laberinto de callejuelas empedradas, flanqueadas por edificios antiguos con balcones adornados, algunos aún con los restos descoloridos del invierno, otros ya con los primeros brotes de flores de colores. Cada esquina era una sorpresa, un pequeño café con mesas en la calle donde la gente charlaba animadamente, una trattoria con el aroma tentador de la pasta fresca, una pequeña fuente donde el agua cantaba una melodía ancestral.

Sin darme cuenta, mis pies me llevaron hasta una imponente estructura que se alzaba contra el cielo grisáceo de febrero: el Coliseo. Su magnitud me dejó sin aliento. Imaginé las multitudes rugiendo, los gladiadores luchando, la historia viva palpitando en cada una de sus piedras desgastadas por el tiempo. Lo rodeé, admirando su grandiosidad, sintiendo una conexión instantánea con un pasado lejano pero palpable.



Continué mi paseo sin rumbo fijo, dejándome guiar por la belleza que brotaba de cada rincón. Crucé plazas llenas de vida, observé artistas callejeros mostrando su talento, escuché el italiano melodioso que flotaba en el aire. Y entonces, llegué a ella: la majestuosa Fontana di Trevi.

Su blancura deslumbrante, sus esculturas dinámicas, el agua cristalina danzando en la gran pileta… todo era hipnótico. Una multitud de personas lanzaba monedas por encima de sus hombros, pidiendo un deseo. Cerré los ojos por un instante y, siguiendo la tradición, lancé mi propia moneda, pidiendo a Roma que me regalara momentos inolvidables en esos breves días y que, quizás, me permitiera regresar algún día. También aproveché y me comí un gelato de fior di latte... Meraviglioso!


Seguí caminando, las calles se sucedían unas a otras, cada una con su propio encanto. Descubrí pequeñas iglesias escondidas, galerías de arte improvisadas, tiendas de artesanía con objetos únicos. 

El sol comenzaba a descender, tiñendo el cielo de tonos naranjas y rosados, mientras las luces de la ciudad comenzaban a encenderse, transformando el ambiente. El cansancio físico empezaba a reclamar su espacio, pero la sensación de asombro y de pura alegría era mucho más fuerte. David tenía razón. Dormir podía esperar. Roma, con su historia imponente, su belleza desbordante y su energía contagiosa, me había recibido con los brazos abiertos y una promesa silenciosa: la de vivir cada instante al máximo. Y yo, con el pasaporte aún guardado y el corazón ya lleno de emociones, estaba lista para cumplirla, sabiendo que la gran aventura en Milán me esperaba a la vuelta de la esquina.

Segundo Día en Roma: Un Despertar Romano y Nuevos Descubrimientos

El sol de febrero, más brillante y con una promesa aún más clara de primavera, se coló por la ventana de mi B&B, despertándome de un sueño profundo, pero reparador. A pesar de la maratón del día anterior, no sentía el cansancio, sino una energía renovada, esa que solo Roma sabe inyectar. Hoy era mi último día en la Ciudad Eterna antes de poner rumbo a Milán, y sabía que tenía que exprimir cada momento.

Mi primera parada fue en una pasticceria cercana. El aroma a café recién hecho y a bollería dulce era irresistible. Disfruté de un cappuccino humeante y un cornetto de crema, observando a los romanos empezar su día con el mismo ritual. Me encantaba esa inmersión en la vida cotidiana, lejos de los itinerarios turísticos forzados.

Con el alma y el estómago satisfecho, me dirigí hacia el Vaticano. Crucé el puente Sant'Angelo con la imponente silueta del Castillo a un lado y, al final de la vía, la majestuosa Plaza de San Pedro se abrió ante mí, un abrazo arquitectónico que te encoge el corazón por su magnitud. Entrar en la Basílica de San Pedro fue una experiencia sobrecogedora. La inmensidad de la nave, la grandiosidad de la cúpula de Miguel Ángel, la Piedad… cada detalle te hacía sentir pequeño y, a la vez, parte de algo mucho más grande. El silencio respetuoso de la multitud, roto solo por algún susurro, creaba una atmósfera casi irreal.


Para el almuerzo, me aventuré en una trattoria familiar escondida en una callejuela. Pedí un plato de cacio e pepe, la pasta sencilla y perfecta que te hace entender la magia de la cocina italiana. Cada bocado era una explosión de sabor, un recordatorio de que a veces, lo más simple es lo más delicioso.

De nuevo satisfecha, me dirigí hacia el Panteón. La simpleza imponente de su fachada me cautivó de inmediato, pero fue al cruzar su umbral cuando el asombro me invadió por completo. La luz que se filtraba a través del óculo en la cúpula, bañando el interior de una atmósfera casi mística, era algo que ninguna foto podía capturar. Me senté en uno de los bancos, contemplando la grandiosidad del espacio, sintiendo el peso de siglos de historia sobre mí, y entendí por qué tantos se enamoran de esta ciudad.

Piazza Navona y el Encanto de los Rincones Ocultos

Al salir, el bullicio de la Piazza della Rotonda me recibió. Artistas, turistas, vendedores de flores... un torbellino de vida. Me dejé llevar, paseando por las calles aledañas, que me condujeron hasta la vibrante Piazza Navona. La majestuosidad de la Fuente de los Cuatro Ríos de Bernini era impresionante, con sus figuras colosales y el agua danzando a su alrededor. Me senté en uno de los bordes, disfrutando del ambiente, la música de un acordeonista y el ir y venir de la gente.

La tarde la dediqué a perderme de nuevo. Recorrí callejones secretos, descubrí patios escondidos y pequeñas tiendas con encanto. Era una exploración sin prisas, dejando que la ciudad me revelara sus secretos más íntimos. Me encontré con rincones inesperados, murales en paredes antiguas, y el eco de risas lejanas. Me sentí parte de ese tapiz urbano, una caminante más en la historia viva de Roma.

Regresé hacia el centro, deteniéndome en un mirador improvisado para contemplar el atardecer sobre los tejados de la ciudad. Roma se encendía, una a una, sus luces parpadeaban como estrellas en la tierra, creando un espectáculo mágico.

Reflexión Final: Roma, el Amor Inesperado y el Arte de Vivir el Presente

Mi último deseo para Roma fue disfrutar de una cena tranquila, saboreando el ambiente y la gastronomía que me había conquistado en tan poco tiempo. Con el estómago lleno y el corazón desbordante de gratitud, regresé a mi B&B. Mañana, la aventura continuaría en Milán, pero las memorias de estos dos días en Roma, intensos y llenos de asombro, se grabarían para siempre en mi alma. Había llegado buscando una breve escala, y me iba con un amor profundo y duradero por la Ciudad Eterna.


¿Alguna vez han tenido una conexión instantánea con un lugar, como si siempre hubiera estado esperando por ustedes? ¿Cuál ha sido su experiencia más inolvidable en una ciudad a la que llegaron sin grandes expectativas? ¡Me encantaría leer sus historias!



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