San Carlos: ¡El Territorio Hostil Donde Nació (a Duras Penas) Mi Destreza al Volante!

 

Hola, Hola, 

Hoy, quiero que me acompañen en este relato aparatoso, que me llevó a tener auto y a aprender a manejarlo...

¡Ah, la planta, mi lugar de trabajo! Ese lugar mítico que prometía futuro, pero exigía sacrificio... ¡y un auto! Así es, mi primer carro no fue por un capricho juvenil ni para conquistar autopistas. Fue por pura supervivencia automovilística, el único salvoconducto para no llegar a la oficina en un estado semicomatoso. Con esfuerzo, me compré un flamante Hyundai Grand i10 (que llevó por nombre Peque). ¡Pobre de él, no sabía la que le esperaba! Y ahí, en el pódium de los valientes (o de los más inconscientes), entró mi amiga, Vanessa: mi instructora de manejo personal, mi gurú del sufrimiento ajeno, mi sargento con cara de ángel.



Mis habilidades al volante eran lo que se dice... una leyenda urbana. Para mí, el embrague y el acelerador eran como dos ex-parejas que se odiaban a muerte y que nunca, bajo ninguna circunstancia, debían coincidir en el mismo espacio-tiempo. Pero la planta no entendía de dramas mecánicos, así que, con la dignidad por los suelos, le rogué a Vanessa. Ella, con una sonrisa de esas que te dicen "te quiero, pero esto va a doler", aceptó. Sus primeras palabras, grabadas a fuego en mi cerebro, fueron la profecía de mi calvario: "La que se tiene que tener paciencia eres tú, no yo". Y vaya si tenía razón.

San Carlos de Apoquindo, con sus calles que suben y bajan como si un diseñador ebrio las hubiera trazado, se convirtió en nuestro ring de boxeo particular. Mi Peque, ese pobre inocente, gemía, tosía y se negaba a obedecer, como si protestara por ser conducido por alguien que lo trataba como una licuadora. Cada arranque en cuesta era un espectáculo de terror digno de Netflix. Yo, aferrada al volante como si fuera el último trozo de pizza, el sudor frío bajando por mi espalda, mientras el carro patinaba hacia atrás peligrosamente cerca de un Porsche  (¡lo juro por mi vida!). Vanessa, con el ojo que le hacía "tic", soltaba un suspiro que sonaba al último aliento de la esperanza humana. Luego, con una voz extrañamente calmada para el caos que provocaba: -Respira, suelta el embrague suavecito, ahora el acelerador... -¡pero su-a-ve-ci-to, por Dios!-. Si no terminamos chocando, fue por pura intervención divina, la fe inquebrantable de Vanessa o porque el karma de San Carlos aún no estaba al día.

Una tarde memorable, en plena hora punta, intenté un giro en U que debió ser de tres puntos, pero se transformó en una coreografía de diecisiete pasos. Mi Peque parecía estar bailando un ballet moderno muy, muy lento en medio de la calle, con las cornetas de Santiago rugiendo como una orquesta desafinada. Vanessa, con la cara más blanca que el papel, solo atinó a balbucear: -¡Mueve el volante! ¡Para el otro lado! ¡RÁPIDO!-. Cuando por fin salimos de ese bochorno, me miró y sentenció con una sonrisa irónica que mezclaba alivio y resignación: -Ves, ya casi lo tienes... para mí-. La frase "La que se tiene que tener paciencia eres tú, no yo" se tatuó en mi alma de conductora novata.

Pero, ¿saben qué? A pesar de las patadas al embrague que me dejaban la pierna temblorosa, los sustos de muerte y la vergüenza de frenar en seco sin motivo aparente, cada lección era una terapia de risas. Nos reíamos a carcajadas de mis desastres, de las caras de terror de los otros conductores (que seguro pensaban que yo era un experimento fallido de la NASA), y de la increíble resistencia de mi Peque. Gracias a Vanessa, mi "maga del embrague", y a esas calles de San Carlos que presenciaron mis peores descalabros automovilísticos, hoy puedo decir que manejo. No como piloto de carreras, pero, hey, ¡llego a la planta!.

Y cada vez que veo a un principiante sufriendo en una cuesta, o escucho un motor quejarse con un tono familiar, recuerdo a Vanessa. Porque sí, la paciencia es un superpoder. Y ella, al parecer, tenía una reserva ilimitada... para mí. ¡Menos mal!.

Y así fue, como un acto de pura necesidad me lanzó a una de las aventuras más caóticas y divertidas de mi vida. Porque si algo he aprendido, es que la vida, como un buen viaje en auto, está hecha de sorpresas, de frenazos inesperados, de subidas imposibles y de la inestimable ayuda de una amiga que tiene más paciencia que un santo. Sin duda, esta fue otra de esas veces en que Nuestra Vida en Modo Aleatorio decidió apretar el acelerador y llevarme por caminos que jamás imaginé.


¿Cómo fue tu historia al volante? Déjame saber en los comentarios


Referencias: 

Imagen de Coche, Vehículo y Volante, disponible en: https://pixabay.com/es/photos/coche veh%C3%ADculo-volante-8031261/



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