Ven y Te Cuento: La Biblioteca del Corazón

 

¡Hola!

¿Alguna vez te ha pasado que, de repente, la vida te empuja hacia algo que no sabías que te faltaba? Pues a mí sí, y fue a través de una aventura inesperada, de esas que te marcan con una tinta invisible. En medio de un año que se sentía como una pausa global —sí, hablo de la pandemia—, mientras mi rutina se dividía entre el trabajo y mis escapadas a la montaña, específicamente al amado Manquehuito en Chile, sentía que algo más profundo me hacía falta. Y justo en ese vacío, apareció la lectura, de la mano de un Amor que tuve o que quizás no tuve (Él).

Fue en ese contexto, de quietud forzada y búsqueda interna, cuando llegó su primera recomendación: "El Principito". Confieso que ya lo había leído años atrás, un clásico de esos que te cruzas en el colegio. Pero esta vez, el encuentro fue distinto, casi mágico. Coincidió con los tiempos, con la necesidad de conectar con lo esencial. En sus páginas, re-descubrí la maravilla de la amistad, esa que es pura y desinteresada. Me lo devoré en una semana, y sus frases cortas, pero profundas, se quedaron grabadas, como pequeños tatuajes en el alma. Fue la puerta de entrada a un universo que no sabía cuánto necesitaba.

Luego, por su insistencia y la curiosidad que me había despertado, llegó el turno del "Siddhartha" de Hermann Hesse. ¡Qué viaje! Este libro fue otra revelación, una brújula que me guió por senderos de introspección y crecimiento personal. Siddhartha, el protagonista, busca incansablemente el significado de la vida y la iluminación a través de distintas experiencias: desde la austeridad de los samanas hasta los placeres mundanos, pasando por la vida como comerciante y, finalmente, la sabiduría encontrada junto al río. Su travesía es un recordatorio de que la verdad no siempre está en dogmas o en caminos preestablecidos, sino en la suma de nuestras propias vivencias y en la escucha atenta de nuestra voz interior. Para mí, cada palabra era un paso más en un sendero de autoconocimiento y sabiduría ancestral. No era solo leer; era experimentar, era crecer con cada página. Estaba claro: estaba devorando libros realmente increíbles, de esos que te cambian la perspectiva sin que te des cuenta.


Mi apetito lector ya era insaciable. Me paseé, con esa sed de más historias, por "Los renglones torcidos de Dios" de Torcuato Luca de Tena. Un thriller psicológico que me mantuvo en vilo, cuestionando la realidad y la cordura a cada página. En el centro de esta trama absorbente, Alice Gould es la pieza clave: una investigadora privada que se interna en un sanatorio mental, con la misión de desentrañar un supuesto asesinato. Pero a medida que se adentra en ese mundo, la línea entre la cordura y la locura se vuelve borrosa, difuminando no solo la verdad de su investigación, sino también la de su propia identidad (ya Él me lo había advertido). Era un contraste fascinante con la espiritualidad de Siddhartha, demostrando que mi nueva pasión no tenía límites de género.

Y justo cuando pensaba que nada podría sorprenderme más en el terreno literario, llegó "Rayuela" de Julio Cortázar. Este no era un libro, ¡era un universo! Con su estructura rompedora, esa invitación a saltar de capítulo en capítulo, me llevó por un camino no lineal que, curiosamente, se parecía mucho a mi propia forma de entender la vida y las relaciones. Los personajes, Horacio Oliveira y La Maga, con su amor caótico, intelectual y esquivo, resonaban de una manera extraña con esa conexión que yo sentía (o no) con Él. La búsqueda de un "cielo" que nunca se alcanza del todo, la sensación de estar siempre a punto de algo, la belleza en la imperfección y la profunda reflexión sobre el amor y la existencia… todo me hablaba directamente, como si Cortázar hubiera escrito esas páginas pensando en nuestras propias indefiniciones. Era una experiencia que te obligaba a ser parte activa del relato, a construir tu propia historia dentro de la suya, y eso, en aquel momento, era exactamente lo que mi alma necesitaba.


Luego, llegó la joya que se convirtió en un eco de nuestra propia historia: "La Tregua" de Mario Benedetti. ¡Qué experiencia más maravillosa! Me sumergí en la oficina de Martín Santomé, ese personaje tan entrañable y real. Y, de repente, me encontré reflejada en Avellaneda, su compañera. Sus diálogos, sus silencios, esa conexión tan sutil y profunda… era como leer un guión de lo que sentía. Cada página resonaba con mi propia historia con Él, haciendo que Martín Santomé se convirtiera, para mí, en la encarnación de ese Él que me había abierto las puertas a este mundo.

Estos libros, esas páginas leídas en un año de encierro y descubrimiento, no solo me llenaron el tiempo. Dejaron en mí una huella profunda, de esas que no se borran. Una huella de conexión, de entendimiento, de emociones a flor de piel. Y pensar que todo empezó con una recomendación, con el impulso de un amor que me enseñó a mirar los libros no solo como palabras, sino como ventanas al alma.

Después de devorar tantas historias, de sentir cómo cada palabra se alojaba en mi alma, me creí escritora. Y con esa nueva voz, con esa valentía que solo los libros te dan, le escribí a Él esto:

-Me lo he advertido un millón de veces, pero no hay quien mande aquí, no donde residen los sentimientos sin pasar por el velo de la razón, sin el filtro de la cordura. Con el corazón latiendo así, nadie puede. A menos que lo contengas tanto, que ahogues ese sentir hasta cohibirte, que lo dejes ahí, prisionero, guardadito, preguntándote toda la vida qué pasaría si lo hubieses liberado, si hubieses dejado que te recorriera el alma, estremeciendo cada rincón de tu cuerpo. He sido una tonta, lo admito, volví a mis quince, a la edad en que los versos brotaban sin permiso. (Porque así ando, escribiendo poemas, como entonces, acerca del Amor, o de lo que hoy creo que es). ¡Tenía que decirlo ya! Ya no podía seguir mintiéndome, susurrándome al oído: "No, Joe, no estás enamorada." "No, Joe, no estás enamorada."Siento mucho decirle que: ¡Estoy irremediablemente enamorada de usted! Y, aunque ya lo sentía, lo sabía, desde hace mucho (porque había un bichito juguetón ahí en el estómago, revolviéndolo todo cada vez que lo pensaba, y otro bichito travieso recorriendo mi piel, haciéndome sonrojar, regalándome escalofríos que me erizaban el alma), ¡Lo estoy!Y nunca pensé que me iba a pasar de nuevo, no después de tanto, no de esta manera tan inesperada. No sé ni cómo explicarlo. Pero lo que sí sé, es que lo suelto, lo dejo volar. Gracias por ser el que me devolvió ese sentimiento que creí perdido, olvidado en algún rincón del tiempo. Gracias por devolverme la capacidad de soñar con los ojos abiertos. Gracias por ocupar cada pensamiento, cada espacio en mi mente (y eso no se lo reprocho, ni por un instante, no como usted lo hizo). Gracias por ese cosquilleo en el alma, por la dulce inquietud. Gracias por esas sonrisas de tonta enamorada que aparecían en mi rostro cuando lo recordaba. Gracias por la conexión profunda. Pero mi lugar, lo sé, no tiene cabida en este capítulo de su vida-



Y a ti, ¿algún libro te ha encontrado en el momento justo, marcando un antes y un después en tu vida? ¿Hay algún personaje literario con el que te hayas sentido profundamente identificado/a, casi como si reflejara tu propia historia? ¡Cuéntamelo en los comentarios!


Comentarios

  1. Me emocionó la carta. Y ahora me da curiosidad saber quién habrá sido ese El. Creo que sé!

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    1. Mi Domi querida, no creo, y es lógico. Aquellos eran tiempos en los que ni siquiera tú y yo habíamos cruzado nuestras vidas ;)

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