Extracto de mi Carta para Ti: 

Hay un punto, ¿sabes? Un quiebre. El momento en el que dejas de querer formar parte de este plano.

Desde el mismo momento que supe que te fuiste, me rodea el pensamiento: ¿Por qué no fui yo?

¿Hay algún algoritmo o una especie de ruleta que decide quién está y quién no, quién se queda y quién no? Debí haber sido yo y no tú. Debí haber sido yo y no tú. Debí haber sido yo y no tú.

Dejaste tanto en esta vida. Tus hijos, tus proyectos, tus sueños.

Los Tres Mosqueteros y la Magia de la Niñez

De pequeños, siempre recuerdo que éramos los tres mosqueteros: mi tío, tú y yo. Mi abuela decía que yo era la que inventaba más, y por esta vez le doy la razón, porque ojalá pudiera inventar una manera de traerte de vuelta.

¿Recuerdas el techo? Las tejas calientes bajo el sol de mediodía. Subíamos al techo para atrapar a los pajaritos negros. Y lo lográbamos, joder, luego teníamos ese desmadre de pájaros en la casa que casi hace explotar a la abuela de la molestia. No sé qué buscábamos en ese caos, solo sé que esa adrenalina de la travesura compartida es un sabor que nunca más he vuelto a encontrar.

O las lagartijas. Ese invento macabro de mi tío. Abrirlas para sacarles los huevitos y luego tratar de coserlas... No teníamos éxito y terminábamos haciéndoles un funeral con todo y honores. Desde pequeños ya estábamos lidiando con el rito de la pérdida, sin saber que la pérdida de verdad iba a ser esta.

O Tú, haciendo helados y vendiéndolos; se te daba fácil hacer negocios o inventar cualquier cosa para ganar dinero.

Recuerdo los veranos que parecían no tener fin, y como la única interrupción a nuestros juegos eran las horas que debíamos pasar sentados en el jardín, memorizando la tabla de multiplicar antes de que llegara mamá a interrogarnos. Esa obligación compartida nos unía más que cualquier juego.

El punto es que sí, la niñez que tuvimos fue bonita y feliz. Por lo menos, es lo que recuerdo y lo que siempre mantengo como verdad absoluta.

El Amor, la Carga y el Reencuentro Prometido

Luego crecimos y es obvio que cada quien hizo su vida. Pero siempre estábamos presentes en la vida del otro.

El amor que te tuve, que te tengo, no me cabrá jamás en el pecho. Es una presión constante, un espacio vacío que me obliga a respirar por los dos.

Sé que nos veremos en cualquier momento, haciendo carreras en la vereda, inventando un partido de béisbol con nuestras propias reglas o atrapando chicharras y colocándoles un hilo amarrándolas a un árbol.

Nos veremos Sí. Pero la verdad es que mientras eso pasa, me cuesta un poco vivir sabiendo que tú ya no estás aquí inventando la vida conmigo. Te AMO hoy, mañana, siempre y todavía. 


Cuando miras el vacío de una pérdida, ¿te has preguntado alguna vez por el algoritmo que decide quién se queda?

¿Alguna vez has sentido la "culpa del sobreviviente" después de una pérdida, esa certeza amarga de que el destino se equivocó de persona?



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