Algoritmo del día: Las Palabras (Y Mis Desastres Cotidianos) 🤪
¡Hola, gente del
algoritmo!
Hoy quiero
ponerlos a pensar un poquito (pero tranqui, que también nos vamos a reír) sobre
algo que a veces pasamos por alto: el poder de las palabras. Esas frases
sueltas que nos dicen sin pensar, los comentarios de la familia en la cena,
incluso lo que nos murmuramos a nosotros mismos frente al espejo... ¡vaya que
tienen su veneno, aunque a veces venga con la mejor intención!
Desde chiquita, y les juro que la energía sigue intacta, siempre fui de esas personas "huracán". Alegre, parlanchina, con una efusividad que, según algunos, podía derribar paredes (en sentido figurado, ¡obviamente!). Pero en casa, la cosa era un poquito... diferente. Sentía, y sigo sintiendo a veces, que mis papás y mi familia, sin querer queriendo, ponían una especie de "filtro anti-Jóeneth desbordada". Intentaba ser más "comedida", como decían, pero mi yo auténtico siempre se asomaba por los poros, como un espíritu alegre que no entiende de protocolos. Era como si mi chip interno viniera de fábrica con la opción "optimismo desmedido" activada por defecto, y ellos trataban de instalarle un "modo ahorro de energía emocional". Este intento constante de moldear mi personalidad me hizo muy consciente de cómo el entorno, y en particular lo que se dice y cómo se dice, puede impactarnos.
Ahora, viéndolo en perspectiva (y con unas cuantas canas asomándose), me pregunto si a veces no hacemos lo mismo con los demás. ¿Cuántas veces hemos soltado un "ay, es que tú siempre..." sin darnos cuenta del peso que esas palabras pueden tener? 🤔
Pero aquí viene
mi parte favorita, donde la vida decide que la reflexión profunda necesita una
buena dosis de humor (porque si no, ¿quién nos aguanta?). Resulta que, además
de mi energía arrolladora, siempre he tenido un talento... peculiar. Digamos
que la gravedad y yo no somos las mejores amigas, y los objetos tienen una
extraña tendencia a saltar de mis manos al suelo. Tazas que se rompen con un
estruendo digno de una película de acción, vasos que deciden vaciarse
misteriosamente sobre la mesa recién puesta, ¡ni hablar de cuando intento
ayudar en la cocina! Parezco un cruce entre un malabarista novato y un agente
secreto en una misión de sabotaje de vajillas.
Y claro, la
familia, con ese cariño tan particular que a veces roza la crueldad cómica,
no ayudaba mucho. Cada "¡ay, Jóeneth, otra vez!" después de un
"accidente" doméstico, lejos de calmar mis nervios, los multiplicaba
por mil. En ese momento de tensión, mi torpeza alcanzaba niveles olímpicos. Era
como si mi cerebro dijera: "¡Ah, ¿torpe dices? Pues agárrate que esto va a
ser épico!". De pequeña quizás lo tomaba como algo sin importancia, pero
ahora, de grande, entiendo por qué a veces dudaba tanto de mi coordinación
motora. ¡Las etiquetas, amigos, se pegan más que el pegamento de los sobres!
La Explosión
Silenciosa y la Construcción del Escudo
...Así que hoy, los
invito a reflexionar sobre esas palabras que lanzamos al aire, como si fueran
inofensivas burbujas. A veces, esas burbujas explotan dentro de alguien,
dejando una marca invisible pero profunda. Y también, los invito a reírse un
poquito de sus propias torpezas y de esas etiquetas familiares que, aunque a
veces nos saquen una carcajada nerviosa, también nos recuerdan que somos mucho
más que eso.
Y hablando de
esas explosiones silenciosas... Quiero hacer una pausa aquí. Porque así como he
sentido el peso de esas palabras ajenas, soy plenamente consciente de que
también he sido la lanzadora de burbujas. Con mi efusividad, mi energía
arrolladora (que, admitámoslo, a veces puede ser un poco mucho para los que
están al lado), o simplemente con la prisa del día a día, es posible, y muy
probable, que en algún momento mis palabras hayan rebotado y herido a alguien.
Si alguna vez, con un comentario descuidado, una broma que no cayó bien, o una
opinión demasiado directa, causé una de esas "explosiones
silenciosas" en ustedes, desde lo más profundo de mi corazón, les ofrezco
mis más sinceras disculpas. A veces, el huracán Jóeneth pasa sin darse cuenta
del desorden que dejó a su paso. Y es importante reconocerlo.
Pero aquí viene
la otra cara de la moneda, una parte que, con los años y unos cuantos vasos
rotos (físicos y emocionales), he aprendido a abrazar. Sí, las palabras de los
demás tienen poder. Pueden construir o pueden destruir. Pueden hacerte sentir
como el ser más torpe del universo o como un rayo de sol. Sin embargo, en algún
punto de este camino de la vida, tenemos que darnos cuenta de que no podemos
controlar lo que otros dicen, pero sí podemos controlar qué hacemos con lo
que sentimos después de escucharlo.
Imaginen que
esas burbujas hirientes son como pequeños proyectiles que te lanzan. Al
principio, duele, claro que duele. Pero con el tiempo, y esto es algo que he
tenido que aprender a golpes (literales, gracias a mi torpeza, y figurados,
gracias a las palabras), tenemos la capacidad, la increíble capacidad humana,
de procesar ese dolor, de darle un lugar y luego, decidir qué hacer con él.
¿Nos quedamos anclados en la herida, permitiendo que la etiqueta ajena se
convierta en nuestra propia identidad? ¿O tomamos lo que dolió, lo analizamos
y, si es el caso, lo transformamos en un motor para crecer?
Es un ejercicio
de responsabilidad emocional, ¿saben? Dejar de culpar al "lanzador de
burbujas" por nuestro malestar perpetuo y empezar a preguntarnos:
"¿Qué voy a hacer yo con esto que siento? ¿Cómo voy a reconstruirme? ¿Cómo
voy a sanar?" Es en ese momento donde el "torpe de siempre"
puede empezar a bailar, donde el "demasiado efusivo" puede canalizar
su energía en algo constructivo, donde el "coaccionado" encuentra su
voz auténtica, incluso si al principio suena un poco ronca o desafinada.
Porque al final,
más allá del algoritmo del día que nos distrae con videos de gatos bailando, y
más allá de esas palabras que a veces nos marcan, lo que realmente importa es
el algoritmo que construimos dentro de nosotros mismos. Ese que nos permite
procesar, perdonar (a otros y a nosotros mismos), aprender y seguir adelante, a
pesar de los tropiezos y las burbujas que explotan. ¡Cuidemos lo que decimos,
pero sobre todo, cuidemos cómo nos hablamos a nosotros mismos después de haber
escuchado lo que dicen los demás! ¡Y riámonos un poco, que la vida es demasiado
corta para no hacerlo! 😂😅
¡Uff! Esa sensación de ser "coartado" es pesadísima. De chico, recuerdo que si era muy "preguntón" me decían que era "intenso", y eso me frenaba. Ahora, lo veo como mi curiosidad natural y trato de no limitarla.
ResponderEliminarY sí, me pusieron la etiqueta de "el despistado" porque siempre perdía algo. Al principio me molestaba, pero con el tiempo he aprendido a reírme, organizar mejor mis cosas y, al final, me di cuenta de que soy despistado para algunas cosas, pero súper enfocado en otras. ¡Es parte de quién soy!
Wow! Muy bien escrito! Te felicito Joe!
ResponderEliminarAdemás es tan real ésto, lo fuerte es que en general son los padres los que más estigmatizan con esas palabras y van dejando una acumulación de burbujas que generan un gas increíble jaja. La idéa es reventarlas y dejarlas ir, no son parte de nosotros, identificarnos con lo más profundo de nosotros mismos donde nacionalidad, edad, burbujas descriptivas de personalidad o físico ya no son nosotros.
Domi muchas gracias por tu comentario y por leer, me alegra mucho que el post haya resonado contigo 🙂
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo con lo que dices. Es sorprendente cómo las palabras de nuestros padres, a veces sin intención, crean esas "burbujas" de estigma. Tu metáfora del "gas increíble" es perfecta. El reto es justamente ese: reventar esas burbujas y recordar que no nos definen.
¡Gracias de nuevo por tu valioso aporte!